viernes, 7 de diciembre de 2012

Leonor de Aquitania

Nieta de Guillermo IX de Aquitania, también llamado el trovador. El porqué de este apelativo se debe a que fue el primer y, tal vez, el mejor trovador de la lengua provenzal. Sus dominios eran más extensos que los del mismo rey francés, quien le debía guardar pleitesía. Tiene en su honor el haber sido excomulgado en dos ocasiones, delito mayor de esa época, ambas veces por líos de faldas y una de ellas por robarle la esposa a un súbdito suyo. Sus poemas, de contenido audaz y atrevidos aun ahora, le dieron la merecida fama que conserva hasta el sol de hoy. Su hijo, también llamado Guilliermo, murió en una peregrinación a Santiago de Campostela, por lo que su nieta, Leonor, pasó a ser la heredera única de uno de los mayores ducados de Europa.
A los quince años, Leonor se casó con el futuro rey de Francia, Luis VII, que poco después del matrimonio subió al trono. Luis era un mojigato a carta cabal y su mojigatería redundaba en una castidad tal que sólo ocho años más tarde le nació a la pareja su primera hija, y eso a pesar de que él estaba locamente enamorado de Leonor, que, según dicen, era una mujer mucho más bella que rica.
En esos días, el famoso predicador Bernardo de Claraval convenció a Luis VII de que partiera a Tierra Santa formando parte de la II Cruzada, lo que se convirtió para el rey en un verdadero dilema: por una una parte, no quería dejar a su bella esposa rodeada de tanto súbdito enamoradizo, pero por otra, tampoco quería que lo acompañara en una aventura plena de peligros. Leonor decidió ir por derecho propio, pues ella era el mayor señor feudal de Francia y todos ellos se disponían a partir en dicha cruzada.
El rey se consolaba pensando que al tenerla a su lado no le podría ser infiel; gran error, porque apenas llegaron a Antioquía, Leonor se enamoró de su tío Reimundo de Poiters, regente del lugar. Guapo, elegante y seductor, y Leonor casada con un beato que creía que el sexo, incluso dentro del matrimonio, era el mayor de los pecados.
Los cuernos no por ser reales son livianos, y Luis regresó a París trayéndolos consigo. Lo acompañó su mujer de mala gana. Ni siquiera el papa de Roma logró convencerlo de que los portara dignamente, porque apenas pudo, anuló la boda sin importarle las pérdidas materiales, con lo que Leonor quedó libre y dueña de fabulosas riquezas y para continuar sin obstáculos su incestuosa aventura con su adorado amante, lo que no pudo concretar: un tío de Saladino le había cortado la cabeza para enviarla de regalo al califa de Bagdad.
Leonor no se anduvo por la ramas y, sin guardar las apariencias, a menos de dos meses de la separación se casó con Enrique Plantagenet, once años menor que ella, quien poco después se convertiría en Enrique II, rey de Inglaterra, con lo que este país pasó a poseer un territorio casi diez veces mayor que el de Francia. Enrique y Leonor tuvieron ocho hijos, uno de ellos fue el afamado Juan sin Tierras y otro, el más afamado todavía, Ricardo Corazón de León. Y como Leonor no tenía la cara dura de su exmarido para aguantar cornamenta alguna, se rebeló junto con sus hijos contra la férula del rey, porque este tenía, igual que cualquier monarca que se respete, una amante de turno.
Leonor, a raíz de sus segundas nupcias, estableció su corte en Poiters, donde dio rienda suelta a un sueño que había proyectado con su abuelo Guillermo IX en el transcurso de toda su vida: el fomento de los trovadores y el desarrollo de la lírica y la corte de los caballeros, con torneos incluidos.
Los trovadores eran los encargados de ensalzar el amor cortés, caballeresco y noble; este sentimiento era generalmente adúltero y dio origen a la palabra cortesana. Practicar el amor clandestino ennoblecía a los amantes, particularmente al varón que había ensalzado a la dueña de su corazón mediante la poesía romántica y había concretado lentamente en el lecho sus aspiraciones amorosas. La dama de sus sueños era ocultada del dominio público disfrazándola poéticamente con otro nombre; pero casi todos sospechaban de quien se trataba, ya que sólo los enamorados son los únicos que piensan que su amor es invisible. El idioma en que se escribía este tipo de poesía era el occitano, lengua que se hablaba en el sur de la actual Francia.
 
En 1200, y contando con casi 80 años, da muestras de una fortaleza impresionante cuando decide viajar hasta Castilla, cruzando los Pirineos, para escoger entre sus nietas, las infantas de Castilla -hijas de su hija Leonor y de Alfonso VIII de Castilla- a la que se convertiría en esposa del hijo de Felipe II Augusto, el futuro Luis VIII. La escogida sería Blanca, una de las reinas de Francia más célebres, regente del reino en tres ocasiones y modelo de virtud y habilidad política.


 

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