miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los higos y Fernández Flores

Durante la 1ª Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral, se produjo un aumento de  precios de los productos de primera necesidad que provocó una crisis casi continua entre los años 1916 y 1917. Como ocurre en cualquier momento crítico, -y me acuerdo ahora de muchos remedios mágicos a la actual- las soluciones propuestas fueron variopintas y, a veces, pintorescas.
Fernández Flores contaba, con su corrosivo estilo, la siguiente anécdota: 
Recordará usted que esto de la escasez y la carestía de las susbsistencias era algo para lo que no se encontraba solución.
Cuando el gobierno de Dato se decidió a crear la Comisaría de Abastecimientos, el estado del país era terrible. Y en esto andaba cuando se tuvo noticia de que el ilustre político liberal señor Royo Villanova había inaugurado su cátedra de la universidad de Zaragoza con una lección acerca de las subsistencias...
La gente supuso que se trataría de una divagación más. Pero no: el señor Royo llevaba la idea salvadora, tan sencillo como lo del huevo de Colón: no comer. Es decir, comer muy poquito, casi nada, una pequeñez, una migajita... Pero el señor Villanueva comprendió que no bastaba la teoría, con ser genial, sino que era preciso ofrecer un ejemplo. Y el ejemplo fue él mismo. El señor Royo, en un momento emocionante que nunca podrán olvidar los que lo vieron declaró:
- Aquí, donde me veis, llevo cuatro días comiendo medio kilo de pan y docena y media de higos cada veinticuatro horas.
Hubo un rumor de admiración. Algunas señoras sollozaron.
- Pero no me compadezcáis -añadió-: esos alimentos bastaban para producir en mi organismo 2548 calorías...
Otro rumor prolongado. Un cesante incrédulo gritó:
- ¡Que las enseñe!
- Con esas calorías -siguió el señor Royo- tuve sobrado vigor para el trabajo y una salud admirable. ¿Y sabéis cuánto había gastado en mis refacciones...? Treinta y cinco céntimos diarios: veinticinco en el pan y diez en los higos.
Terminada la conferencia, los presentes fueron desfilando cerca del señor Royo para felicitarle y palparle a la vez, con objeto de convencerse de que aún tenía carne sobre los huesos.
Cuando supo lo ocurrido en Zaragoza, el señor Dato mandó llamar al señor Alas Pumariño y, ya en su despacho, le dijo:
- ¿Se enteró usted de lo que hizo Royo Villanova?
- Sí, señor.
- Comprenderá usted que no podemos dejarle a un liberal la gloria de haber resuelto la cuestión de las subsistencias desde la oposición. Sería la crisis; sería la caída del partido. Usted tiene que hacer algo más sensacional, como comisario. ¿Es usted capaz de vivir con diez higos diarios?
- No, señor.
- ¿Y con doce?
Alas Pumariño suspiró:
- Tampoco.
- ¿Ni siquiera con diecisiete...? Coma usted un higo menos que Royo Villanova y estamos salvados.
Alas Pumariño dejó caer los brazos:
- ¡No puedo, no podré jamás!
Cuando el señor Alas salió del despacho del señor Dato ya no era comisario de Abastecimientos.
 
Wenceslao Fernández Flórez

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